Basándose en la literatura sobre la ambición política, este estudio analiza las razones que favorecen que algunos gobernantes realicen movimientos entre diferentes niveles de gobierno a lo largo de sus carreras políticas. Estudios previos sobre élites parlamentarias en España observaron que los pocos políticos cuya trayectoria recorre diversos niveles lo hacían normalmente en dirección ascendente, excepto en regiones como Cataluña, donde predominaba el movimiento contrario. Este estudio se centra en las élites gubernamentales, y comprueba que sus patrones de movimientos multinivel son más complejos y diversos, y que las explicaciones basadas en la visión política son más pertinentes. Para ello, observa el impacto de diversas variables institucionales y políticas típicas de los sistemas federales. Centrándose en España, el estudio clasifica los movimientos de carrera según la posición inicial y la dirección del avance, analizando sus variaciones en función de la disponibilidad, accesibilidad y atractivo de la estructura de oportunidades. El artículo se pregunta, en particular, por qué ciertas regiones están más aventajadas para ofrecer más oportunidades de circular a través de diferentes niveles políticos a los aspirantes a moverse entre diferentes instituciones. Nuestra muestra incluye miembros del ejecutivo central (primeros ministros y ministros) y presidentes de ejecutivos regionales en las regiones españolas desde 1980 hasta 2021. Los hallazgos sugieren que el estatus de las regiones, la disponibilidad de escaños parlamentarios y el sistema de partidos regional, entre otros factores, contribuyen a comprender las variaciones regionales en las oportunidades para quienes buscan avanzar en niveles ejecutivos.
El resultante del nuevo gobierno catalán y de la situación política podría ser la desactivación de Catalunya como motor de polarización, algo a lo que el nuevo presidente y el nuevo equipo de gobierno parecen más que inclinados y preparados.
«Catalunya no puede imponer una reforma del sistema de financiación». El politólogo sitúa la estabilidad interna, la relación con los socios y el cumplimiento de los pactos como las claves del Govern.
La consulta de ERC ayudará a la dirección del partido a tener más fuerza para dar los pasos a los que les vienen encaminando sus votantes (y parte de la sociedad catalana) desde hace un tiempo: enterrar el procés y hacer balance de todo ello de cara al futuro. Al fin y al cabo, las bases de ERC han asumido lo que el electorado catalán expresó en las últimas elecciones: el fin de la mayoría independentista, al menos por un tiempo.
Lejos de las imágenes de derrota de la noche electoral, las elecciones del 7 de julio reflejaron el progresivo fin del estigma de la ultraderecha de Le Pen.
Las primeras estimaciones en la noche electoral, anunciando su derrota, detonaron un sentimiento de alegría y alivio en el campo republicano, y especialmente en la izquierda, que recuperaba la primera posición electoral desde 2012. Como refleja la portada de Libération: “¡Uf!” Pero, ¿qué hay detrás de esta ajustada victoria de la izquierda y de la aparente decepción de RN?
Lo único que ha quedado claro este tiempo es que se confirma la sospecha que algunos barruntábamos: tras el procés, los caminos de la política española y catalana han quedado más unidos que nunca, quizá por mucho tiempo. Tremenda ironía.
Las elecciones europeas son el mejor ejemplo del milagro que constituye la polisemia democrática. Aunque extraigamos de ellas una voz europea, esta surge, en realidad, de electorados tan diversos que para comprenderla adecuadamente es necesario decodificar bien sus distintos significados. Incluso cuando se manifiestan tendencias comunes, estas solo cobran verdadero sentido desde una perspectiva local. ¿Qué nos indica una primera lectura general del 9-J en clave europea?
El PP confirma su primacía electoral, sin romper el equilibrio del 23 J. El PSOE resiste, aunque pierde apoyos, y sus aliados, Mas. La ultraderecha le va a su suelo electoral, pero aparece el riesgo de la fragmentación
Los resultados electorales del 12 de mayo en Cataluña resultaron sorprendentes, no por no haber sido largamente anticipados por indicios y encuestas, sino por su capacidad de desafiar la inevitable impronta de lo que les precedió en los últimos casi cincuenta años.
El uso de la calumnia para degradar al adversario político ya era moneda corriente en la antigua Roma. Y por eso Maquiavelo, en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio, exigía que se recurriese a la acusación pública para tratar de ponerle coto, siempre que luego se castigara duramente a los calumniadores si no podían probar sus acusaciones. Alertaba el florentino de que las calumnias solo podían derivar en irritación ciudadana y espirales de venganza política, y con ello, en el debilitamiento de la República.
El descenso del PNV, aunque matizado, es estructural y no deriva necesariamente de una mala valoración de la acción de gobierno. Es algo más profundo: un realineamiento latente de la nueva generación de votantes que no ha conocido el País Vasco bajo el terrorismo.
Pocas veces, las elecciones gallegas habían recibido tanta atención por parte de los observadores externos, buscando en ellas las consecuencias que se podrían derivar para el conjunto de la política española. Los resultados desmintieron las hipótesis de alternancia, aunque no dejan de trasladar indicios de cambios que también acabarán trasladándose a la política española.
La única esperanza para el PP (quizá para Feijóo) es lo que no hemos visto en Galicia. Mientras que allí, como en el País Vasco y menos en Cataluña, una parte significativa de la nueva generación de votantes se siente encuadrada en la mayoría actual del Congreso, en el resto de España podría estar emergiendo, como reacción, una nueva coalición de jóvenes varones, entrados en edad de votar bajo la presidencia de Sánchez, para los cuales el cambio político ya no pasa por la izquierda, ni por ese relato de la España plural sin hilo narrativo común. Pero para eso habrá que esperar a las europeas.
La ausencia de abstenciones en la investidura anticipa una legislatura larga. La estruendosa reacción a los pactos y la presencia de Vox ayudan a galvanizar la mayoría. El punto débil es el riesgo de un exceso de arrogancia que pudiera acumular Sánchez si se toma demasiado en serio su hiperliderazgo.
El PSOE abierto en canal por la amnistía y los tratos con los independentistas: este era el escenario buscado aún más por la opinión publicada contraria a esa coalición que por el propio PP estos meses. De momento, la realidad desmiente el presagio.
Sánchez debe aclarar el sentido de las medidas de gracia para el futuro de la sociedad. No tanto si son aceptables a cambio de la investidura, sino en qué condiciones pueden devolver la crisis catalana a unos parámetros aceptables para una democracia de calidad.
El fracaso de la extraña sesión de investidura de Alberto Núñez Feijóo se daba por descontado, y muchos veían en ello el canto del cisne del candidato popular. De momento, el gallego ha sobrevivido al trance.Siga leyendo en Agenda Pública.