Se empiezan a acumular imágenes que resumen la paradoja contemporánea de los poderosos impotentes. Las cumbres de líderes mundiales de los países más ricos reunidos apresuradamente y que resultan incapaces de tomar decisiones efectivas para afrontar realidades muy adversas. El muy influyente cardenal Ratzinger que, una vez convertido en Benedicto XVI, se ve obligado a abdicar al constatar su incapacidad para controlar y reformar la cúspide de la Iglesia Católica. Banqueros (o aprendices de banquero) humillados ante la publicación de sus mensajes de correo electrónico tras haber visto quebrar sus adineradas entidades bancarias. Grandes empresas .com que acabaron siendo adquiridas a precio de saldo o arruinaron a los que pagaron un precio distinto. Estados Unidos atacado dentro de su territorio y, a pesar del despliegue de una la fuerza intensiva de todos sus ejércitos, obligado a abandonar Irak y Afganistán como si huyera de un avispero. O pensemos en casa: un partido que gobierna en casi todas las instancias de poder posibles, con un adversario más debilitado que nunca, lo que no resulta suficiente para evitar dar la sensación de que todo se escapa al control a su alrededor y de que España ha perdido soberanía en beneficio de terceros y en detrimento de sus ciudadanos. Y muchas otras, matizadamente.
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