La trampa de las expectativas políticas
23 enero 2014 by JRT
No resultaría original afirmar que muchos ciudadanos están hartos de los políticos en España. Pero quizá no seamos tan conscientes de que también hay muchos políticos que empiezan a estar hasta las narices de la doble moral que demuestran a veces muchos de sus conciudadanos. Por supuesto, nadie está dispuesto a reconocer en público esto último (y menos aún a tuitearlo con desparpajo). Tampoco en otras democracias más sólidas y arraigadas.
El resultado es una suerte de proceso general contra la clase política (que algunos tratan inconscientemente de ‘casta’, como tratamos de refutar en nuestra nota semanal ‘No hay casta política. Hay política’) en muchas democracias occidentales.
Ante la renuncia a defenderse por parte de los propios afectados, la defensa más eficaz, argumentada y convencida proviene de aquellos académicos y publicistas que tratan de comprender la política desde el realismo humanista a izquierda y derecha. En esa tradición debemos ubicar el clásico de Bernard Crick, In defense of politics (1962), que ha inspirado la reciente Defending politics (2012), de Mat Flinders, así como In defence of politicians, de Peter Riddell, centrada en el caso británico.
Con una perspectiva más amplia, no podemos olvidarnos del aclamado Why politics matters(2006), de Gerry Stoker, o el no menos recomendable de Colin Hay Why we hate politics (2007). Todos ellos, por supuesto, en la estela de La política como vocación (1918), de Max Weber.
Detrás de estas obras late una idea común: no entender la naturaleza de la política y de los políticos que se dedican a ella alimenta en muchos ciudadanos sentimientos generales de desencanto, desafección y rechazo. Aparte de tratarse de sentimientos estériles, pueden confundirse peligrosamente con otras muestras de rechazo, estas sí mucho más justificadas, provocadas por casos concretos y probados de corrupción y aprovechamiento de la política en beneficio propio y en detrimento del bien común.
No sólo es que los políticos justos no deban pagar por los pecadores. Es que en ocasiones la decepción de los ciudadanos puede ser el producto de la propia desinformación y alejamiento de la política, cuando no de una visión cínicamente desajustada de lo político.
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